No es lo que fui, es loa en hoy elijo ser.

SI LA VIDA TE PONE A PRUEBA, TÚ LE DICES ¡YES!

El primer recuerdo que tengo de mi padre biológico es con cuatro o cinco años tirado en una esquina de mi habitación, con un amigo, sosteniendo una jeringuilla y pinchándose heroína en vena. El segundo es dándonos una ducha juntos, desnudos, yo tendría 6 o 7 años y estaba un poco extrañado en aquella situación teniendo en cuenta que en mis 20-22 años (antes de su fallecimiento) no recuerdo a ver visto a mi padre más de diez veces, aún viviendo a escasos 500 metros de distancia como vivíamos, el tercer recuerdo que tengo es verlo prometerme en diversas ocasiones un regalo por mi cumpleaños o prometerme ir a recogerme al día siguiente para irnos juntos a pasear, al cine o a divertirnos, pero nunca haber recibido ningún regalo ni haber aparecido para recogerme, y el cuarto recuerdo que tengo es saliendo del colegio, cuando yo tendría entre 11 y 12 años, y ver como, en una situación muy desfavorable él, pedía limosna a otros compañeros del centro que salían a la vez que yo, y me recuerdo yo tan avergonzado de aquella situación que opté por cambiarme de acera como si nada estuviera pasando, como si mi padre fuera un completo desconocido para mí, de hecho, nadie de mis amistades jamás le conocieron.

Habida cuenta de la situación, al poco tiempo de yo nacer, y a pesar de los esfuerzos de mi madre por ayudar a mi padre a salir de la drogadicción, mis padres se terminaron separando, mi madre no podía más con aquella situación, y al poco empezó en otra relación con otra persona que, lamentablemente, la terminaría conduciendo a vivir tal estrés emocional que como consecuencia de ello padeció Miastenia Gravis, una enfermedad sin cura que desembocaría con el tiempo en otro tipo de trastornos de la personalidad y otras enfermedades.

Dicha enfermedad fue causada por la situación que, cuando yo tenía 16 años, vivimos en la familia, donde mi padrastro, la persona que eligió como su futuro marido y mi futuro padre, pasaría los siguientes once años condenado a prisión por diversos delitos, condena que se alargó varios años más. Unido a ello hacía seis meses acababa de nacer mi querida hermana Narsil, que también creció sin su figura paterna y con un hermano mayor casi inexistente y acobardado (pendiente de solucionarse él la papeleta que estaba viviendo, egoísta como él mismo -hablo de mí-), y mi madre (como dato relevante que descubrí a mis 30 años de edad), el día en que yo nací, no tuvo el apoyo de su pareja porque también estaba en prisión.

Crecí con una figura paterna algo alterada por las circunstancias, y también de muy joven me distancie de mis abuelos por parte de madre, padre y padrastro. La verdad, yo no sé lo que significa lo de amar a un abuelo, ni sus consuelos, ni sus consejos, de hecho, mi abuelo por parte de madre murió y nadie supo cuándo ni dónde hasta meses después (sólo tengo un recuerdo de él, un día que estuvo en mi casa cuando yo era adolescente), también mi abuela, que había sido abandonada por mi abuelo y la había dejado con cuatro hijas, todas menores de 7 años, entre ellas mi madre, experimento por las circunstancias una clase de fobia social que la mantendría lejos de la gente por décadas. Por otro lado, mi abuelo materno por parte de padre ni lo recuerdo ni recuerdo su nombre, como también me ocurre con mi abuela paterna, a veces me cuesta recordarla.

Por parte de mis tíos, la gran mayoría están relacionados con mundos similares a los que llevaron a mi padrastro a prisión, algunas personas en la cárcel condenadas por estafa, tráfico de drogas y robos, otras en centros de desintoxicación, otras en centros psiquiátricos, y otras jóvenes ya fallecidas por la vida que escogieron.

A mis 16 años yo era un maestro reprimiendo mis emociones agachando la cabeza como buen perrito faldero, sin levantar la voz ni pronunciarme ante lo que no me gustaba, tratando de lucir bien mientras evadía todo mi dolor acumulado. Mi pasado podía resumirse en un pasado bien agridulce, con dos figuras paternas que una terminaría muriendo joven por su adicción a la heroína, y otra que terminaría en prisión durante muchos más años de los esperados, al mismo tiempo mi madre caería enferma de Miastenia gravis lo que me hacía estar en vela durmiendo atento por si sonaba una campanita que ella utilizaba para llamar urgentemente a los servicios médicos para que la asistiesen por riesgo inminente a asfixiarse, algo que hice en numerosas ocasiones, al igual que mi hermana conforme fue creciendo. Y mis abuelos y tíos, eran para mí, personas lejanas. Entre tanto a mis 25 años descubrí que tenía un hermano de 14 años al que aún no he tenido la fortuna de conocer.

Crecí distanciado de lo que significaba una familia unida que se amase sin condiciones y se respetase. Todo eran mentiras, deshonestidad, gritos, peleas, maltratos físicos y psicológicos, corrupciones, drogas, dinero sucio, humillaciones, vanidad e intereses, eso es lo que recuerdo predominantemente de mi adolescencia, y consecuencia de ello y de muchos pequeños y grandes detalles que hoy decido evadir, viví la marginación social manifestada de distintas maneras, en familia, amigos y trabajo, y a medida que fui creciendo y saltó a la palestra nacional el caso de mi padrastro, Aymar, con 16 años y en plena adolescencia y habiendo sido siempre un niño muy inocente, dejaría de ser para siempre «Aymar», el hasta ahora conocido, a pasar a ser «Aymar, del que no te puedes fiar», «Aymar, del que hay que andarse con ojo», algo que impacto tremendamente en mi manera de mostrarme al mundo durante prácticamente la siguiente década de mi vida, hasta que decidí darle un giro de 180 grados.

Dada mi vivencia, basada en gran medida en la resiliencia, en el coraje, la valentía, las ganas de tirar adelante aún con todos los suspensos académicos, aún con todas las relaciones rotas, aún con todos los fracasos profesionales, aún con una familia desestructurada y mal herida, aún con todo hecho un kaos mientras yo me miraba al espejo y veía una distorsión de mi personalidad brutal, un día, cuando cumplía 24 años, decidí convertirme en un vehículo que acompañara a las personas en su crecimiento personal para que experimentasen el cambio vital que quieren, de forma que, aún con todas las dificultades presentes, puedan vivir una vida plena y significativa.

Y no podría haberlo hecho posible si antes no hubiera vivido mi propio proceso de crecimiento personal, de perdón hacia mí mismo, de sentirme en profundo agradecimiento a mi madre, mi padre, mi padrastro, mis abuelos y abuelas, tíos y tías, y hacia todas las personas que fueron parte de mi pasado, de haber conocido mis sombras y mis luces, mis carencias y mis virtudes, de haber conectado con la compasión y mi amor propio, de haber asumido mi responsabilidad como líder de mí mismo, de haber soltado el juicio y gestionado mis emociones con saludabilidad, de haber aprendido a dominar mi mente a mi favor, de haberme alineado con mi proyecto de vida, de ser ejemplo de lo que predico y de haber transformado mi vida y mis resultados.

Hoy amo a quienes me hirieron siendo un niño, a quienes trataron de herir a mi madre, a mi hermana y a la gente que más quise, quiero y querré. Les amo porque sé que hicieron lo mejor que supieron hacer víctimas también de sus heridas emocionales del pasado. En mi historia han habido cuatro personas en las que me apoyé, mi madre Susana, mi hermana Narsil, mi tío abuelo Manolo y mi bisabuela Paca ya fallecida, aunque debo reconocer que mientras escribo estas líneas siento un profundo cariño hacia mi padre biológico, al mismo nivel, a pesar de todos los desplantes y todas las situaciones que viví con él, siempre ví en sus ojos bondad y amor, a ellos los amo con locura, me siento profundamente agradecido por todo el apoyo, la comprensión, diversión y confianza que siempre me dieron desde mi niñez.

Hago lo que hago porque es parte de mi historia y lo seguirá haciendo hasta el resto de mis días. Gracias mamá por todo lo que me has enseñado, tú eres y serás siempre mi gran maestra. Tú fuiste la primera persona que me enseñó decirle YES A LA VIDA.